Novela la llamarada pdf




















La queja del viento me trae historias de amores truncos, de renunciaciones, de derrotas Ahora es un bejuco florecido que se enreda al talle del roble. El roble se estremece al sentirse apretado. Me he coronado de ramilletes azules para reciprocar la ofrenda floral del arbusto.

Le hablo en un escucho, y el roble, rendido como una virgen pagana, se deja coronar de flores azules. Celebremos la fiesta de las fiestas! En la falda de la colina pace un hatajo de reses. El sol poniente las dora y ellas mueven el rabo mientras una sombra discreta ensombrece los valles y las hondonadas. Se enrubia la cabellera de las palmas absortas.

Tolero el fanatismo de las dos santurronas. El novelista lo consigna en este y otros pasajes. En sentido figurado dice que ha dominado a esas mujeres; que han sido suyas. O sea, que no le tiene miedo. Se aprecia, pues, que tanto la yerbatera como Balbino creen en ello. Al Hidalgo y a Sancho, montados en un caballo de madera, les hacen creer que realizaron un viaje por los aires.

El corte significa un constante ir y venir. Apenas puede uno apearse de la montadura. Segundo se quedaba trabajando con un tractor. Yo estaba cambiado. Mire usted. De esta zafra he salido arruinado. Le debo una barbaridad de agua y contribuciones al Gobierno. He tenido el valor de venir donde usted. Pero don Diego ha tenido mucha culpa. Sin embargo, me mantuve montado hasta el oscurecer. Al llegar a la casa tuve que acostarme en seguida. Me figuraba que iba a quemarme como un hereje.

Era horrible. Mi cuerpo se iba a achicharrar. Me daba perfecta cuenta de las visitas. No quise hablar; me molestaba que entrasen y saliesen tantas personas. Poco a poco se me fue refrescando la mente. Recuerda que tienes que obedecerme. Me ha dicho Chelores que yo llamaba a varias personas. En verdad que me portaba como un chiquillo. Nombraste a Josefina dos veces. La siento mi hermana. Tuvieron que complacerme.

Tuve intensa gratitud por los que se preocupaban por mi salud. Clamaba constantemente por agua. Sin embargo, debo sentirme satisfecho. Sobre el filo de los acontecimientos mis entusiasmos agonizaban. En esos momentos se precisa tener mucha necesidad o una voluntad fuerte para continuar en la faena. Por eso no me quise mostrar cobarde. Sin embargo, los peones no se amilanaban, sobre todo los que trabajaban por ajuste. En frente de las tiendas se estacionaban grupos de mocetones a jugar con bolitas de vidrio como los rapaces.

No se sabe. Pero, me consta, no «solamente se necesita respirar para vivir». El hambre y la uncinariasis chupan en los exhaustos organismos. La miseria de los harapos denuncia la dolorosa timidez. Avalancha de caballos desbocados que nada puede aguantar. Su furia lo pisa todo, nada respeta en su carrera espantosa.

Estaban azorados y vacilantes. Consternaba la nocturnal tragedia. Tuve un pensamiento de paz y amor para estos seres. De pronto, un estruendo. El viento soplaba del norte y del nordeste. Una hoja de cinc, una rama, una astilla, con la fuerza con que las lleva la ventolada, no perdonan a nadie.

Salimos fuera y donde primeramente nos dirigimos Chelores y yo fue a ver el ternero. Eran dignos de una epopeya de versos rotundos por la heroicidad de que hicieron alarde.

Eran como una bofetada a la furia de los elementos. Llegaron noticias de sangrientos sucesos. Eran muchos los espeluznantes relatos. Tan presto se abrieron las carreteras fui a visitar a mi gente. Los mangos empezaron a llenarse de hojas tiernas y rojas. Los otros meten dos y a veces hasta cuatro. Finalmente, todo se redujo a una farsa. Fue un florecer de anhelos y querellas.

Iba yo a protestar, pero me dijo: —Tienes que hacerlo. Es una promesa. Junto al candelero palpitaba el reloj pulsera de Delmira, todo azorado como una almita sensible.

Por la noche me acostaba tarde; una madrugada, como a las dos, tuve que ir al pueblo. Iba al pueblo una que otra vez para regresar en seguida. Me he sentido amargado al leer el diario de Delmira. Nunca he podido soportar el sentimentalismo insincero y hasta odio ciertas palabras del diccionario que Desde hoy renuncio terminantemente a Y hube de hacerlo.

Hacia cualquier sitio. Andar, andar. A veces me entra locura de caminos; mi alma trashumante quiere irse. Voy hacia la sierra; cualquier luz me prende un anhelo inefable en el alma.

Me llaman con voz aprendida del cielo: es un reclamo que me subyuga Huir de nuestros alardes infantiles, de nuestra existencia superficial, de nuestra miseria insular, de nuestro desfile carnavalesco Escucho la llamada de la sierra Necesito entrar en confidencia con la piedra, con la quebrada, con la florecita, con el bejuco Las herraduras de mi bruto chacolotean en las piedras de la pendiente.

Hay luces: son los hogares de los campesinos. Y cuando muere el cantar en la distancia, mi alma se queda viviendo en un mundo que percibo: luna muy luna, nochecita clara. Los chicos se apretaron contra ella. Me lo dijo todo. No iba a dejar morir de hambre a los chiquitos. Quise regresar. Nada quise averiguar; me dispuse a esperar los resultados. Fue un alivio para los pobres, aunque el jornal era reducido.

Abrumaba la enorme tristeza. Don Jenaro tiene pico de oro. El que se sienta a su sombra a descansar fatigas, sale enfermo. Ciertamente triunfaba. Don Oscar de Mendoza vino personalmente a Santa Rosa a hablarme del asunto. Se me nombraba para dirigir los trabajos de las dos colonias a un tiempo.

Nada de sentimentalismos. A ellos, a los peones, no les des ni un chispito de ventaja. Son unos bribones, capaces de perder a cualquiera. Hube de acceder —era terminante la orden de Mendoza—. Todos en la casa lamentaron mi salida. Chelores no era el hombre jubiloso de antes. Me fui para Palmares. Vega es muy diligente; se levanta temprano y parte a caballo hacia Santa Rosa.

Llega hasta La Monserrate y Los Naranjos. Me dijo: —Usted es joven, graduado de Colegio y necesita abrirse paso. Le di las gracias. El listero estaba de acuerdo. Tuve cierta idea confusa de caballero feudal. En buena hora se me puso al frente de las dos haciendas.

Era preciso no doblegarme. Mis instintos de lucha fueron lanzas puestas al servicio de mi causa. Opuse una resistencia pertinaz a los sentimentalismos que se propusieron echarme a perder. Las yerbas y las plantas estaban amarillentas, polvorientos los caminos. Los bueyes las mascaban lentamente, ceremoniosamente. Hubo de paliarse el incidente. La gente cuchichea al verlo. Y su fama de guapo se ha ido aminorando; ya el vanistorioso caporal transige una que otra vez.

Eran cuentas vivientes,21 pasadas por el mismo hilo de la esclavitud. Era Josefina. A veces me figuro que uno vive como los cobos Ella rio alegremente. Estaba bella, verdaderamente bella la muchacha, con su traje y montadura de amazona, con su cutis sonrosado por la vida al aire libre, con sus ojos elocuentes, con su sombrero de amplias alas, cinta roja y adornos de amapolas silvestres. Tiene fama de buen jinete; se afirma en los estribos con mucho donaire.

Rebosa salud y parece hija del sol y de la brisa campera, firme el busto, con inconfundibles muestras de vigor. Se ve muy interesante. El solo mirarla es ya un atrevimiento». Es un muchacho inteligente. Tiene sentimientos como todo el mundo. Cualquier hombre puede enamorarse de una.

Muy naturales. No me gusta, vamos. Fue una sorpresa. Yo estaba dispuesto a hacer lo que estuviese en mi alcance. Hay muchos hombres, usted lo sabe. Era lo que predicaba Segundo: odio al rico. Era preciso salvar a toda costa a la Central de la ruina.

Me sublevaba la renuncia de Marte; era preciso anular su ingerencia entre la peonada. Ahora estaba dispuesto a todo. Era urgente pasar sobre todas las cosas para conseguir la justicia y la libertad. Se nos acusa de ateos.

Es preferible ser ateo antes que esclavo. Dios es libertad. Le doy veinticuatro horas para decidirse. Ello significaba miseria y hambre para los hijos. Me alegraba. Abajo, bien abajo, el hormigueo de los humildes, con sus estrecheces, con sus chozas y sus harapos.

Por algo le cortaron la soga del cuello —estaba destinado a hacer un gran papel en la vida—. Pero me parece que estaba destinado a andar los caminos solitarios, apretados de noche. Pasaban las abejas cargaditas de polen. Eran unos muchachos canijos y trabajadores, obsecuentes al mandato superior. Estuvimos unos instantes bajo el parral; luego visitamos los aljibes y los glacis, las casas, el viejo molino… Nuestros pasos sonaban con ecos dolientes sobre el oscuro concreto y los rojos ladrillos.

Era joven, pero estaba casi en los huesos. Me creo que ya oigo los pasitos de la muerte. Pienso venir pronto, una de estas noches. Me puse en pie. Dije: —Haga que el doctor venga continuamente. Era en los terrenos de Santa Rosa, lindantes al camino vecinal que divide las dos haciendas. Iba dominado por una rabia oscura y salvaje.

Dispuse guardias nocturnos; Lope se puso en acecho. Salimos el agente de orden, Lope y yo en busca del individuo. Ellos no comprendieron este modo de conducirme y hablaban poco ante mi presencia. Pero a la primera flecha siguieron otras. Di un salto. Date prisa. Los otros me imitaron.

No cesaban los gritos y las carreras. La marcha salvaje del fuego continuaba. Gritos y carreras. El reflejo de la fogarada en el humo blanco aumentaba la claridad. Lo detuvimos tras de una ardua tarea de corte.

Mis deseos de venganza llevaban mi cabeza por las nubes. Manuel y don Polo estaban despiertos. Me daba la espalda, mirando a la pared. Era preciso erguir la cabeza. Me iba a convertir en un tigre en acecho. Yo deliraba. Era lo que pensaba, rencoroso. Don Oscar me respaldaba en mi actitud hostil.

No importaba, «yo no di nada por nacer». Me puse en acecho. En estas circunstancias cualquier motivo, por trivial que sea, exaspera nuestro rencor. Crece abundantemente en Bejucales una enredadera de hojas irisadas y florecitas rojas y tiernas. En un tiempo fue Bejucales sitio de caza, pero hubo de suspenderse la actividad porque se apocaron las aves. Estaba con cuatro ojos, tensos mis sentidos como cuerdas de guitarra templada.

Me dominaba mi instinto de hombre de presa. No era posible. Me fui a aguardar la salida de la luna tendido en un herbazal tras de unos matorrales. A mis espaldas, el cerro, la maleza tupida. Dos de ellos fumaban. Quise dominarlo y no pude. Era sangre, la sangre de Segundo. No dije nada. La herida era en la espalda, sobre los pulmones. Se me helaba la sangre en las venas.

Las quejas de Segundo sonaban tristemente en el silencio nocturno. A un centenar de metros de una casita oscura y solitaria nos detuvimos. Luego dije: —Llame a Pedro y a Cheo para que le ayuden a llevarlo a casa de don Polo. Mientras tanto, yo voy a dar parte a las autoridades.

El sol estaba amarillo, amarillo, rabiosamente amarillo. Los ojos de muchas personas eran chispas desprendidas de la terrible llamarada. Un sujeto bajo de estatura, rechoncho, muy colorado, con una enorme cicatriz en la cara.

Y ya ve usted. Sus ojos —dos chispas de la llamarada— se encendieron. Asustaba aquella mirada quemante, aquel gesto terrible. Creo que en el fondo yo no soy malo; no, no lo soy. Desde lejos espiaba la casita de don Polo. Las torcaces expresaron su regocijo en lamentos y las palomas serranas trajeron su arrullo de la sierra. Se dice cuando una persona trata de ayudar, pero a la postre sale perjudicada.

La recogen Esopo y Jean de la Fontaine. Era para estar en continua zozobra. Y yo lo estaba, en efecto. Al poner frente a frente al estudiante y al jefe de colonia me asombraba el contraste.

Eran perfectamente dos individuos. A cada momento repasaba en mi mente los acontecimientos de esos meses de lucha.

De un lado, la Central; de otro lado, don Polo. Luego, Segundo. Mejor, el recuerdo de Segundo. Trataba de alejar de mi mente la idea de culpabilidad en la muerte de Segundo. Era el llamamiento del amor. Fui a hablar, pero me contuve; no obstante, mis ojos y mi gesto se lo contaron todo. Entre ella y yo se interpuso el recuerdo de Delmira, con su palidez y su tristeza.

Lloraba una torcaz. Suspiraba la fronda. En las yerbas los sapos se pusieron a llamar lluvia. Nos estrechamos las manos, silenciosos. Me parece que hace falta un sistema, si no enteramente feudal, por lo menos casi feudal. Hay que atajar el levantamiento del obreraje. Las personas decentes no van a estar a merced de unos cuantos descamisados.

Es decir, mucho. Cuando es malo es porque se le persigue tenazmente, porque se le acorrala. Tarde lo vengo a comprender. Usted, don Oscar, es responsable de su muerte. Don Oscar no hablaba. Pero era odio a la Central, personificada en aquel momento en don Oscar de Mendoza. No se han conformado con arrinconarlo de una manera tan desastrosa. Usted se ha gozado en hundirlo. A ver si la American Sugar Company va a permitir que holgazanes se les queden con el dinero».

Por eso no habla. Mire: hay gente que cree que toda la tierra se hizo para ellos. Se me helaron las palabras en la boca: era como si me derritiesen pedacitos de hielo. Polvo miserable. Se fue con su gesto, con su aparente tranquilidad. Manuel me miraba calladamente, en actitud de sordo reproche.

Yo me detuve a contemplar su rostro seco y arrugado. Pero no es posible. Henry anslinger. Encino man generation kill. Archibald garrod. Royal spyness series. Goodreads helps you keep track of books you want to read. Want to Read saving…. Want to Read Currently Reading Read. Other editions. Enlarge cover. Log in with Facebook Log in with Google. Remember me on this computer. Enter the email address you signed up with and we'll email you a reset link.

Need an account? Click here to sign up. Download Free PDF. Pablo Cancio. A short summary of this paper. Cancio Reichard Ph. Don Enrique Laguerre y el Prof. Antonio S. Irizarry, Se establecieron en la isla los grandes latifundios, es decir las grandes extensiones de terreno dominadas por accionistas norteamericanos. Mientras ejerca funciones magisteriales en la secundaria y en la Escuela del Aire, estudi para adquirir su grado de maestra Desde esa fecha es profesor de la Universidad.

Su tesis de maestra vers sobre el modernismo en Puerto Rico. Segn su criterio, la mejor novela es aquella que consigue artstico equilibrio entre las experiencias vitales personales, vicarias y colectivas ; la caracterizacin personajes vistos en cinco dimensiones: ser, creer ser, querer ser, creer ser de otro, querer ser de otro ; la ideologa fondo de la novela ; la tcnica variaciones dentro de las normas del gnero ; y la atmsfera potica, con lo que se da relieve al carcter artstico de la novela.

No cree en la novela demasiado densa en literatura , tampoco en el exceso de morosidad a lo Joyce o Proust. S se le figuran muy eficaces recursos como: el flujo de conciencia, la retrospeccin peridica alternada con el presente, la simultaneidad de accin y los detalles reveladores, entre otros.

No estima, sin embargo, el detallismo que sugiere tcnica de guin cinematogrfico. Adems de la narrativa, Laguerre ha cultivado el teatro, el ensayo y el periodismo. Los trabajos dados a conocer a travs de ambos medios alcanzan el millar y medio. Son varios los crticos que han afirmado que, para conocer los acontecimientos plurales puertorriqueos desde los cincuentas a los ochentas, es imprescindible leer dichos trabajos sobre temas tan diversos aparecidos a travs de Puntos de Partida y Hojas Libres.

Como educador, Laguerre ha participado en la investigacin pedalgica y en la confeccin de libros de texto para las escuelas en todos los niveles. Algunas de sus obras son textos del sistema educativo del pas. Adems de los multiples artculos crticos que sobre la obra de Laguerre se han publicado en numerosos peridicos y revistas de aqu y del exterior, a su produccin literaria se le ha hecho cumplido reconoci miento en las historias de la literatura nacionales e internacionales, y tambin se han publicado varios libros en los que se estudia su obra.

Juan Antonio era un agrnomo recin graduado con un espritu de lucha y deseos de triunfar. Durante el viaje, a la mente de Juan Antonio vinieron recuerdos de su vida estudiantil y sus romances con su amada Sarah. Don Oscar tuvo la cortesa de llevarlo personalmente a Palmares.

Borrs se figuraba el camino como la felicidad eterna. Senta que iba caminando por tierras de maravillas. Su primera salida la asoci con la de Don Quijote. Tuvo la ingenuidad de pensar que iba a emprender una tarea a lo vaquero. Al llegar, de vez en cuando la peonada lo miraba de refiln, con cierta curiosidad. Rato despus, Juan Antonio tiene el placer de conocer a la familia Alzamora. Juan se sinti muy agusto ya que esta casa sera su nuevo hogar. Al salir de Santa Rosa visitaron la residencia de los Moreau.

La residencia era un majestuoso edificio de concreto de dos plantas, con amplios balcones de hierro y unas graciosas torrecillas sobre el techo. Despus de pasados los das y de haber iniciado su trabajo, Borrs se encuentra en el caaveral cuando uno de los peones le avisa que Ventura Rondn haba sufrido un mal.

Juan Antonio muy preocupado sali en busca de ste a lo cual se conmovi mucho. Se di cuenta de que llevaba el grito de un hombre clavado, como una flecha.

Tiempo despus de Ventura haberse recuperado, Juan decide ir a su casa a visitarlo. Al llegar a la casa, Borrs se da cuenta en las pobres condiciones en las que viven Ventura y su familia. En la hacienda se preparaban para empezar el corte en Los Pozos para poder despachar primero la caa ms distante.

Multiplicose la peonada. De barrios vecinos lleg una multitud de jbaros melanclicos y sumisos; negros adustos, mulatos fornidos. Das despus, cerca del medioda, se encontraba Juan Antonio en El Pinto, cuando sinti un gento detrs de los rboles.

Era un entierro. Borrs se di a la tarea de seguir a la multidud y 5. A Juan lo atacaron varios recuerdos sobre Rondn, sobre todo por su familia. Noche de San Silvestre! En casa de don Manuel haba baile de gente escogida. Cuando Juan Antonio entr al baile hubo silencio. Se ech la casa por la ventana. Despus de un rato, el dueo de la casa le trae a Borrs una pareja : la muchacha triguea, la sencacin de la noche.

En medio del baile hubo un seis bombeao en el cual participaron casi todos. Juan Antonio se enferm, padeca de fiebres y alucinaciones.

Una de ellas era sobre un incendio en e caaveral. Borrs senta que se quemaba y nadie vena a ayudarlo. Cuando despert de esa terrible alucinacin, se vi rodeado por doa Lela y Delmira. Despus de pasada su enfermedad es Delmira, quien en esta ocasin, se enferma. Juan para devolverle el favor de haber cuidado de el cuando estuvo enfermo, se ofrece a cuidar de ella. Llama al doctor y ste le dice que Delmira sufre de una terrible anemia. Tiempo despus la enferma mejora, aunque por ordenes del doctor, era preferible que guardara cama.

Un sbado lleg la noticia tan esperada : Se iba don Florencio. Don Oscar fue personalmente a Santa Rosa a hablarle a Juan del asunto ; sera nombrado para dirigir los trabajos de las dos colonias al mismo tiempo. Al otro da lleg don Florencio a darle unos cuantos consejos a Juan de como trabajar en las haciendas. Ya definitivamente a cargo de las dos colonias, Borrs se senta ms importante, se senta el jefe. Segundo es despedido de la hacienda. Das despus, mientras Juan Antonio dorma se escucharon gritos de alarma en la carretera : Fuego, fuego!.

Esta vez no eran alucinaciones. Juan corre a la carretera a lo que se escuchan los gritos : Fuego, Fuego!. El fuego avanzaba haciendo estallar las caas. Haca una calor insoportable. Tras muchos esfuerzos fue atajado el enemigo de las lenguas ardientes.

Quemronse seis o siete cuerdas. Cerca del Viernes Santo ocurre otro incendio. Se sospechaba de Segundo, ya que uno de los peones haba escuchado una conversacin de ste con otro pen y al ser despedido Borrs y Paco deciden quedarse en Bejucales para seguir al enemigo ms de cerca. Pasaron una, dos, tres noches y nada que se vea.

Ya a la cuarta noche Juan no tena nimos pero resulta que esta noche se convirti en la que tanto haban esperado. Detrs de los rboles se escuchaban voces : eran las de Segundo y los peones.

Cuando salen Juan y Paco los peones se dan a la fuga y slo qued Segundo. Borrs lo puedo haber matado, pero le falt valor ; solt el arma y luch cuerpo a cuerpo. De repente Segundo saca un pual y a Paco no le qued ms remedio que disparar.

Juan sinti que el pual caa, efectivamente, Paco haba matado a Segundo. Al tiempo, muere don Polo. Manuel se muda lejos para nunca ms volver. Juan Antonio se siente derrotado. Al parecer se haba ganado el odio de ciertas personas. Recibe una carta de su hermana, la cual le haca la advertencia de que deba volver porque su padre estaba muy mal de salud.

Una vez en el pueblo, su viejo muere. Al volver a Palmares, Borrs recide una carta de don Oscar de Mendoza, la cual informaba el despido de ste. Juan se encuentra con su anigo de la infancia, Carlos Ordoez.

Despus de irse de la hacienda pasa un mes. Juan Antonio vuelve decidido y se casa con Pepia. Qu recuerdos vienen a la mente de Juan Antonio Borrs? Durante el viaje, a la mente de Juan Antonio vinieron recuerdos de su vida estudiantil y sus romances con su 6. Cmo se senta l? Lo nico que lo consolaba era saber que iba en busca de un mejor futuro. Quin era Don Oscar de Mendoza? Administrador de las haciendas. Era un hombre relativamente joven, bajo de estatura, grueso, vestido con alguna elegancia.

Una prematura calvicie recalcaba la amplitud de la frente. Su rostro encendido y bien rasurado daba un aire simptico. Cmo recibi Don Oscar a Juan Antonio? Don Oscar recibi a Juan Antonio de una manera agradable. Lo invit a que se quedara a almorzar y tuvo la cortesa de llevarlo personalmente a Palmares.

Cmo se sinti Juan Antonio cuando iba a visitar pro primera vez a Santa Rosa? Se figuraba que caminaba hacia el pas de la felicidad eterna. Se haca de cuenta que los flamboyanes le ofrecan un homenaje de rojas alfombras y que los pjaros repetan su nombre de triunfador. Quin era Sio Pablo?



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